“Cuando cuento que mi abuela Sofía va a cumplir 100 años todos me miran con los ojos muy abiertos. Y después, nieta orgullosa, empiezo a soltar de a poco más datos. Que lee el diario sin anteojos. Que opina y discute de política con los amigos intelectuales de mi papá. Además cocina, nos da a todos los nietos paquetitos de comida casera y deliciosa. También teje mucho - dice que la ayuda a reflexionar y mantener la mente en funcionamiento- para mis amigas, para sus bisnietas... reparte cariño en forma de bufandas y mantitas, a todo el mundo.
También cuento que su padre José murió a los 60 años en un terremoto y nunca encontraron su cuerpo. Sofía tenía 30 años. Que su hijo José Luís, mi tío, fue secuestrado por los miliares en el año 77. Sofía lo buscó durante años, hasta que un día tuvo que aceptar la idea de que no lo iba a ver más.
Pero tenía otro hijo y pronto llegaron los nietos. Salió adelante, aunque nunca dejó de llorar a su hijo desaparecido. Veinte años después murió mi abuelo, entonces Sofía, a los 87 años, decidió hacer algunas cositas que le habían quedado pendientes: viajó a Nueva York, al tren de las nubes en Salta, a París, e hizo un curso en el Rojas. Y todavía tiene proyectos.
Cuando cuento todas estas cosas me pregunto una y otra vez: cómo hizo para superar la tragedia de la desaparición de su hijo, y seguir viviendo y disfrutando de la vida?
Hacer un documental sobre mi abuela se fue convirtiendo en una forma de buscar alguna respuesta a ese interrogante, y también una manera de devolverle al mundo el regalo que me hizo: una abuela tan brillante, tan excepcionalmente divertida y amorosa”.
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